Esta pequeña cala en Peñíscola destaca por sus aguas cristalinas, rodeadas de rocas en la orilla y una abundante vegetación que la envuelve en un entorno natural único. A pesar de su terreno rocoso, su encanto reside en la tranquilidad que ofrece y en las espectaculares vistas que regala, especialmente durante el atardecer. En ese momento mágico, el sol se oculta tras el horizonte y crea una postal inolvidable con la silueta del Castillo de Peñíscola de fondo.

Con una longitud de 1.200 metros y una superficie de 14.400 m² de guijarros, esta cala es perfecta para quienes buscan un lugar menos concurrido y más íntimo, ideal para relajarse y disfrutar de la naturaleza en su máximo esplendor.